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Fútbol En Terezín Durante La Segunda Guerra Mundial - "La Bibliotecaria De Auschwitz"

Esta entrada corresponde a un capítulo del libro "La Bibliotecaria de Auschwitz" del autor Antonio Iturbe. En él, se describe cómo se organizó una liga de fútbol entre judíos y guardias alemanes en el campo de concentración de Terezín, que finalmente se utilizó como propaganda nazi.



El libro narra la historia de Dita Kraus, una joven checa sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz, encargada de proteger los libros de una biblioteca clandestina dentro de uno de los barracones del campo.


En uno de los capítulos, se describe cómo Fredy Hirsch, un judío alemán prisionero del campo y a cargo de una escuela secreta en el barracón de los niños en Auschwitz, recuerda su estancia en el campo de concentración de Terezín (República Checa) y cómo fundó la liga de fútbol en el que participaban judíos y alemanes nazis, en el cual, años después de la liberación, se descubriría que el fútbol era usado como propaganda política nazi.


Fútbol en Terezín - "La Bibliotecaria de Auschwitz"


[...] Un charco de sudor delata su obstinación, su capacidad de sacrificio..., su triunfo. Se sienta en el suelo y, ya más relajado, los recuerdos llenan el vacío de la noche.

Y los recuerdos lo llevan a Terezín.

Como si fuera un checo más, lo deportaron al gueto de Terezín en mayo de 1942. Fue de los primeros en llegar. Junto con ellos, los nazis enviaron a operarios, médicos, miembros del Consejo Judío e instructores culturales y deportivos. Estaban preparando el envío masivo de judíos.

Lo que vio al llegar fue una ciudad rectilínea. Era el diseño urbanístico pensado por un militar, con calles trazadas con escuadra y cartabón, edificios geométricos, parterres de tierra rectangulares que probablemente florecieran en primavera... Le gustó esa ciudad racional, se acoplaba a su sentido de la disciplina. Incluso pensó que tal vez allí comenzaba una nueva etapa mejor para los judíos, el paso previo al retorno a Palestina.



La primera vez que se paró a mirar Terezín, una ráfaga de viento le despeinó ligeramente y se recolocó hacia atrás su lacio cabello. No estaba dispuesto a que nada le echase atrás el viento de la historia, aunque ahora soplara como un huracán devastador. Pertenecía a una raza milenaria y a un pueblo elegido.

Venía de un intenso trabajo en Praga con grupos de juventud, y estaba dispuesto a seguir allí con sus actividades deportivas y sus encuentros de los viernes para fomentar el espíritu hebreo. No sería fácil: tendría enfrente a los nazis, pero también a algún miembro del Consejo Judío que conocía la mancha que con tanto afán trataba de ocultar y no se lo perdonaba. Por suerte, contó siempre con el apoyo de Yakub Edelstein, el presidente del consejo.


Logró armar equipos de atletismo, clases de boxeo y jiujitsu, campeonatos de baloncesto y una liga de fútbol con varios equipos. Incluso consiguió convencer a los nazis para que hicieran un equipo de guardias que compitieran contra los internos.

Recuerda momentos gloriosos, como el rugir de los espectadores, que abarrotaban no solo el perímetro del campo, sino también las aberturas de los edificios que daban al patio interior de la manzana de viviendas donde se celebraban los partidos.

También las flaquezas, que eran tantas.



Recuerda un especial partido, un encuentro que organizó entre guardias de las SS y judíos, y en el que hizo de árbitro. No se cabía en los vanos que daban al patio, y en todos los rellanos había cientos de ojos siguiendo aquel encuentro con la máxima intensidad. Era un partido de fútbol, pero para muchos era más que un partido. Especialmente, para él. Pasó semanas preparando al equipo, estudiando la táctica, mentalizándolos, haciéndoles tablas de ejercicios, pidiendo favores para obtener raciones de leche para sus futbolistas.



Faltaban un par de minutos para el final y el delantero de los guardias interceptó la pelota en el círculo central. Echó a correr hacia el área en línea recta y pilló desprevenidos a los centrocampistas del equipo de los internos. Quedaba un único defensa para salir al cruce. El nazi corrió hacia él y, justo cuando iba a interceptarlo, el interno encogió disimuladamente la pierna para que el otro pasase. El SS chutó a bocajarro y metió el gol de la victoria. Hirsch no olvida las caras de rabiosa satisfacción de los arios. Habían derrotado a los judíos. También en la cancha de deportes.



Hirsch pitó el final sin alargar el partido, con una ecuanimidad impecable, y se fue a felicitar al delantero que había metido el último gol. Le dio la mano con firmeza y el SS le sonrió con unos dientes mellados como si le hubieran sacudido un culatazo en la boca. Se fue hacia los improvisados vestuarios con una fingida expresión de neutralidad, pero hizo como que se entretenía a atarse los cordones de la bota y dejó pasar a los jugadores hasta que uno de ellos cruzó delante de él. En un movimiento rápido que nadie vio, lo metió de un violento empujón en el cuarto de las escobas y lo clavó contra los palos de fregona.

—¿Qué pasa? —preguntó el jugador con perplejidad.

—Dímelo tú. ¿Por qué dejaste que ese nazi nos metiera un gol y nos derrotaran?

—Mira, Hirsch, a ése lo conozco, es un cabo muy cabrón y muy sádico. Tiene los dientes rotos de abrir las latas de conservas con la boca. Es un salvaje. ¿Cómo iba a darle una patada y jugarme el cuello? ¡Esto no es más que un juego!

Fredy recuerda exactamente cada una de las palabras que le dijo, el desprecio tan profundo que le produjo aquel tipo miserable.

—Estás muy equivocado. No es un juego. Había ahí cientos de personas, y las hemos defraudado. Había docenas de niños. ¿Qué van a pensar? ¿Cómo se van a sentir orgullosos de ser judíos si nos arrastramos como gusanos? Tu deber es dejarte la vida en cada jugada.

—Creo que estás sacando las cosas de quicio...

Hirsch puso su cara a menos de cinco milímetros de la de ese jugador y notó el miedo en sus ojos, pero no podía retroceder más en aquel cuartucho.

—Ahora escúchame bien. Solo te lo diré una vez. En el próximo partido que juegues contra los SS, si no metes la pierna, te la cortaré con un serrucho.



El hombre, blanco como el papel, se escabulló y salió corriendo del cuarto.

Pasado el tiempo, podría verse el incidente con cierta comicidad, pero Fredy suspira contrariado al rememorarlo.

Ese tipo no valía nada. Los adultos son un material torcido. Por eso son tan importantes los jóvenes. A ellos aún se los puede moldear y hacer mejores. [...]


“Era un partido de fútbol, pero para muchos era más que un partido. Especialmente, para él. Pasó semanas preparando al equipo, estudiando la táctica, mentalizándolos, haciéndoles tablas de ejercicios, pidiendo favores para obtener raciones de leche para sus futbolistas.”

 

Mientras buscada imágenes para vestir el post, encontré varios vídeos e imágenes relacionadas con el fútbol en Terezín, e incluso hay un documental dedicado exclusivamente a la Liga de Terezín:




Además, pude encontrar en YouTube material de aquella época, utilizada por los alemanes para la propaganda política nazi:





Referencia: Antonio Iturbe - La bibliotecaria de Auschwitz.

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