Esta entrada corresponde a un capítulo del libro "El Tatuador de Auschwitz" de la autora Heather Morris. En él, se describe cómo se organizó y disputó un partido de fútbol entre prisioneros judíos y guardias alemanes en el campo de concentración de Auschwitz.
El libro narra la historia de Lale Sokolov, un judío eslovaco sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz, quien, durante su estadía en el campo, se desempeñó como tatuador de todos los nuevos prisioneros que a diario llegaban a los campos de Auschwitz, dejando marcados los números en cada brazo para identificarlos.
En uno de los capítulos, se describe cómo se logró organizar un partido de fútbol entre judíos prisioneros versus los guardianes alemanes nazis encargados del campo. Transcribiré el capítulo completo (hasta los pasajes relacionados al fútbol) para comprender cómo es que el fútbol también tuvo su pequeño espacio durante la época del Holocausto, el cual los nazis usaban como excusa para mantener activos a los prisioneros.
Fútbol en Auschwitz - "El tatuador de Auschwitz"
Lale ya no quiere seguir mirando la flor, de modo que abandona su bloque para tirarla. Baretski (guardia alemán encargado del cuidado de Lale Sokolov) está allí, pero él lo ignora, prefiere volver a entrar y dirigirse a su habitación. Baretski lo sigue y se apoya en el marco de la puerta. Observa la expresión de desasosiego de Lale. Él es consciente de que está sentado sobre una abultada fortuna de gemas, dinero, salchichas y chocolate. Coge su maletín y aparte a Baretski, forzándolo a dar media vuelta y a seguirlo afuera.
—Espera, Tätowierer (tatuador). Necesito hablar contigo.
Lale se detiene.
—Tengo que pedirte algo.
Lale permanece en silencio, mirando un punto más allá del hombro de Baretski.
—Nosotros..., quiero decir, mis compañeros oficiales y yo..., necesitamos algo de entrenamiento, y como el tiempo está mejorando estaban pensando en un partido de fútbol. ¿Qué te parece?
—Estoy seguro de que será un partido divertido para ustedes.
—Sí, por supuesto.
Baretski espera.
Finalmente, Lale parpadea.
—¿Cómo puedo ayudar yo?
—Bueno, ahora que lo preguntas, Tätowierer, necesitamos que busques a once prisioneros para enfrentarse a un equipo de oficiales en un partido amistoso.
Lale tiene ganas de reírse, pero decide mantener la mirada en el punto por encima del hombro de Baretski. Luego piensa largo rato antes de responder a su estrafalaria petición.
—¿Sin suplentes?
—Sin suplentes.
—Claro, ¿por qué no? —«¿De dónde ha salido eso? Hay un millón de cosas que podría haber dicho en cambio, como "que os jodan".»
- Bien, perfecto. Reúne a tu equipo y nos encontraremos en el campo dentro de dos días, el domingo. Ah, nosotros llevaremos la pelota. —Baretski se aleja riéndose de manera escandalosa—. A propósito, Tätowierer, tómate el día libre. Hoy no llegará ningún cargamento.
Lale pasa parte del día clasificando su tesoro en pequeños bultos. Comida para los romaníes y para los muchachos del bloque 7 y, por supuesto, para Gita y sus amigas. Las gemas y el dinero son clasificados por tipos. El proceso es surrealista. Diamantes con diamantes, rubíes con rubíes, dólares con dólares, e incluso una pila de una moneda que nunca antes había visto, con las palabras «Banco de la Reserva Sudafricana» en inglés y «Suid-Afrikaans». No tiene ni idea de su valor o de cómo podría haber llegado a Birkenau. Coge varias gemas y va en busca de Victor y Yuri para hacer las compras del día. Luego juega un rato con los niños de su barracón mientras trata de pensar en lo que les dirá a los hombres del bloque 7 al regresar del trabajo.
Por la noche, está rodeado de docenas de hombres que lo miran sin poder creerlo.
—Seguro que se trata de una puta broma tuya —dice uno de ellos.
—No —responde Lale.
—¿Quieres que juguemos al fútbol con los malditos oficiales de las SS?
—Sí. El próximo domingo.
—Bueno, yo no voy a hacer tal cosa. No puedes obligarme —contesta la misma persona.
Desde la parte de atrás del grupo, una voz grita:
—¡Yo voy a jugar. He jugado un poco! —Un hombre pequeño se abre paso entre los demás y se detiene delante de Lale—. Soy Joel.
—Gracias, Joel. Bienvenido al equipo. Necesito otros nueve. ¿Qué podemos perder? Es una oportunidad de ejercer alguna fuerza sobre esos bastardos y salirnos con la nuestra.
—Conozco a un tipo del bloque 15 que jugó en la selección nacional húngara. Le preguntaré, si te parece —sugiere otro prisionero.
—¿Y tú? —dice Lale.
—Sí, claro. Yo también me llamo Joel. Preguntaré por ahí y veré a quién puedo conseguir. ¿Hay alguna posibilidad de que podamos practicar antes del domingo?
—Juega al fútbol y tiene sentido del humor: me gusta este tipo. Volveré mañana por la noche para ver cómo te ha ido. Gracias, Joel el Grande. —Lale mira al otro Joel—. Sin ánimo de ofender.
—No me ofendo —contesta el pequeño Joel.
Lale saca pan y salchicha de su maletín y los pone sobre una litera cercana. Mientras se aleja, ve a dos de los hombres compartiendo la comida. Cada uno parte su porción en trozos del tamaño de un bocado y los distribuye. Sin empujones, sin peleas, una distribución ordenada del alimento que salva vidas. Oye a un hombre que dice:
—Aquí tienes mi parte, Joel el Grande, necesitarás fuerzas.
Lale sonríe. Un día que ha comenzado mal está terminando con un gesto magnánimo de un hombre hambriento.
Llega el día del partido. Lale deambula por el campo principal y ve a un SS que pinta una línea blanca en lo que está lejos de ser un rectángulo. Oye que gritan su nombre y encuentra a su "equipo" ya reunido. Se une a ellos.
—Eh, Lale, tengo catorce jugadores, contándonos a ti y a mí, una pareja de suplentes en caso de que alguno de nosotros caiga —informa Joel el Grande con orgullo.
—Lo siento, me dijeron que sin suplentes. Solo un equipo. Selecciona a los más fuertes.
Los hombres se miran unos a otros. Se levantan tres manos y esos voluntarios para no jugar se alejan. Lale observa que varios de los elegidos se estiran y saltan a la manera de precalentamiento profesional.
—Algunos de estos muchachos parecen saber lo que hacen —le dice Joel el Pequeño.
—Lo saben. Seis de ellos han jugado de manera semiprofesional.
—¡¿Estás bromeando?!
—No. Los vamos a aniquilar.
—Pequeño Joel, no podemos. No podemos ganar. Me parece que no lo expresé bien.
—Dijiste que formara un equipo, y lo hice.
—Sí, pero no podemos ganar. No podemos hacer nada para humillarlos. No debemos tentarlos a que abran fuego contra todos. Mira a tu alrededor.
Joel el Pequeño ve a cientos de prisioneros reunidos. Hay un aire de emoción en el campo, a la vez que se empujan y apartan unos a otros para conseguir una mejor ubicación alrededor del perímetro pintado del campo de juego. Suspira.
—Se lo diré a los demás.
Lale recorre los rostros de los allí presentes y su mirada busca una sola cara. Gita está allí con sus amigas y lo saluda furtivamente con la mano. Él responde de la misma manera, con el deseo desesperado de correr hacia ella, envolverla en sus brazos y desaparecer detrás del edificio de la administración. Oye unos fuertes golpes y se vuelve. Ve a varios SS que están clavando grandes postes en el suelo, en cada extremo, para hacer las porterías.
Baretski se le acerca.
—Ven conmigo.
En un extremo del campo de juego, los prisioneros se apartan para dejar entrar al equipo de los SS. Ninguno de ellos viste uniforme. Varios llevan ropa que les hará más fácil jugar un partido de fútbol. Pantalones cortos, camisetas. Detrás del equipo aparecen, fuertemente custodiados, el comandante Schwarzhuber y el jefe de Lale, Houstek, que se acercan a Lale y a Baretski.
—Éste es el capitán del equipo de los prisioneros, el Tätowierer. —Baretski presenta a Lale a Schwarzhuber.
—Tätowierer —saluda. Luego se vuelve hacia uno de sus guardias—. ¿Tenemos algo por lo que podemos jugar?
Un oficial superior de las SS coge la copa que lleva un soldado a su lado y se la muestra al comandante.
—Tenemos esto. Será un trofeo más que adecuado. La inscripción dice "Copa del Mundo de Fútbol. 1930".
Creo que la ganó Francia. —Le muestra el trofeo a Lale—. ¿Qué te parece?
Antes de que él pueda responder, Schwarzhuber coge el trofeo y lo levanta para que todos lo vean. Los SS vitorean.
—Que comience el partido y que gane el mejor.
Mientras Lale regresa junto a su equipo, murmura:
—Que el mejor sobreviva para ver salir el sol mañana.
Luego se une a su equipo y todos se congregan en medio del campo de juego. Los espectadores animan a sus respectivos equipos. El árbitro patea la pelota hacia el equipo de los SS y comienza el partido.
Diez minutos después, los prisioneros van ganando por dos goles a cero. Si bien Lale disfruta de los goles, el sentido común prevalece cuando observa los rostros enojados de los SS. Sutilmente les hace saber a sus jugadores que se relajen durante el resto del primer tiempo. Ya han tenido sus momentos de gloria, y es hora de dejar que sus rivales dominen el juego. La primera parte termina con esos dos goles. Mientras a los SS se les dan bebidas durante el breve descanso, Lale y su equipo se reúnen para discutir las tácticas. Al final, Lale logra hacerles comprender que no pueden ganar ese partido. Están de acuerdo en que, para ayudar a levantar la moral de los prisioneros que miran, pueden meter dos goles más, siempre que pierdan por un gol al final.
Cuando comienza el segundo tiempo, llueven cenizas sobre los jugadores y el público. Los crematorios siguen funcionando y esa tarea central de Birkenau no ha sido interrumpida por el partido. Otro gol de los prisioneros y otro de los SS. Cuando la dieta tan terriblemente inadecuada comienza a hacerse sentir, los prisioneros se cansan. Los SS meten dos goles más. Los prisioneros no necesitan dejarse ganar, tan solo no pueden competir más.
Con los oficiales con dos goles de ventaja, el árbitro hace sonar el silbato. El partido ha terminado. Schwarzhuber se dirige al campo de juego y entrega el trofeo al capitán de los SS, que lo levanta sin que haya gritos de victoria de los miembros de las SS presentes. Mientras los oficiales regresan a sus barracas para celebrarlo, Houstek pasa junto a Lale.
—Bien jugado, Tätowierer.
Lale reúne a su equipo y les dice que han hecho un gran trabajo. La gente ha comenzado a dispersarse. Mira a su alrededor en busca de Gita, que no se ha movido de su sitio. Trota hacia ella y la toma de la mano. Se mezclan con los otros prisioneros rumbo al bloque de la administración. Cuando Gita se deja caer al suelo detrás del edificio, Lale echa un vistazo a su alrededor buscando miradas indiscretas. Satisfecho, se sienta a su lado. Observa a Gita, que pasa sus dedos entre la hierba con la mirada fija en el suelo [...].
“Cuando comienza el segundo tiempo, llueven cenizas sobre los jugadores y el público. Los crematorios siguen funcionando y esa tarea central de Birkenau no ha sido interrumpida por el partido.”
Referencia: Heather Morris - El tatuador de Auschwitz.
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